La Ira de la Monarquía: El Descuartizamiento del Hombre que Apuñaló a Henri IV

Escrito el 05/03/2024
Elos Tours


El 14 de mayo de 1610, París quedó paralizada por un acto de sangre y traición. François Ravaillac, un fanático religioso consumido por sus delirios, atravesó la seguridad del carruaje real y hundió su cuchillo en el cuerpo de Henri IV, el rey amado por su pueblo, el arquitecto de la paz tras las guerras religiosas que desgarraron Francia.

El “Buen Rey Henri” cayó muerto en cuestión de minutos, pero la verdadera carnicería no había hecho más que comenzar.

La Venganza de la Corona: Tortura y Desmembramiento Público

El castigo por alzarse contra la corona debía ser ejemplar, desproporcionado, monstruoso. Ravaillac no solo debía morir, sino hacerlo de la manera más lenta y atroz posible.

Capturado inmediatamente, fue arrastrado por París, sometido primero a la tortura de la rueda, rompiendo sus huesos uno a uno. Pero la culminación del castigo llegó en la Plaza de Grève, donde miles de ojos observaban cómo la justicia del rey se ejecutaba sin piedad.

Allí, sus extremidades fueron atadas a caballos que tiraron en direcciones opuestas, desmembrando su cuerpo en vivo, mientras el aire se llenaba con los gritos desgarradores del regicida. Una ejecución no solo destinada a matarlo, sino a deshumanizarlo, dejando su cuerpo despedazado como advertencia brutal a cualquiera que desafiara a la monarquía.

El Mensaje de Hierro y Sangre

La muerte de Ravaillac no fue solo un castigo; fue un acto de poder absoluto, una advertencia grabada en sangre: el trono no perdonaba. La corona, ultrajada, respondió con un espectáculo de dolor, para que nadie olvidara el precio de alzarse contra ella.


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